Las Vegas, CUANDO EL ESPECTÁCULO
CONFORMA CIUDAD
En general las ciudades admiten una adjetivación más o menos popular y compartida, más allá de las inevitables diferencias de cada experiencia perceptiva personal. Así se puede argüir que Paris es bella y enfática, Londres majestuosa y sensorialmente versátil, New York imponente y actual, por tomar tres ejemplos que pueden aceptarse como paradigmas urbanos y ‘ombligos’ del mundo ya que en ellas parte de la humanidad se contempla a sí misma. Es que la expresión coloquial ‘mirarse el ombligo’ ejemplifica una búsqueda de la propia identidad… o simplemente el demorarse en la visualización de aquello que oportunamente suministraba la vida y es génesis de la actual.
Naturalmente esto no invalida a otras ciudades que puedan también así ser consideradas en función de otros intereses. En este sentido Las Vegas aparece como un nuevo paradigma que la posiciona como otro ‘ombligo’ del mundo ya que también amerita ser adjetivada de una manera compartida como el espectáculo con forma de ciudad. Claro está que describir una ciudad es tarea compleja y es muy grande el riesgo de olvidar mucho de ella o imposible considerar todas las experiencias vitales e irrepetibles que suscita en sus visitantes. Las Vegas, igual que Paris, Londres o Nueva York, ‘no se la puede contar, hay que verla’. Los orígenes de Las Vegas son en alguna medida espurios en tanto se la considere una mera creación de gánsteres (¿escapados de…?) persuadidos con la idea de crear una suerte de Sin City (en el desértico Estado de Nevada) que poco tenía que ver con la praxis que fijan las pautas tradicionales del urbanismo, cualquiera el fuese. Con esta concepción lúdica in mente Las Vegas siempre representó el papel de una ciudad subvaluada y casi marginal, por sus consecuencias humanas y sociales, pero necesaria. A ella se iba para casarse cuando no se podía hacerlo en otro lugar o simplemente para dar rienda suelta a dos eternas pasiones humanas: apostar y la ilusión de ganar. Sin embargo todas las creaciones humanas conllevan efectos colaterales no buscados ni deseados (que no es dable analizar aquí) que con el devenir del tiempo fuerzan cambios más o menos imprevisibles.
En este sentido es oportuno considerar cómo la Arquitectura y el Diseño encontraron en el desarrollo de esta ciudad vertientes y facetas quizás impensables dentro de un esquema teórico profesionalmente ponderado según diseños previos. Por el contrario Las Vegas es una creación algo anárquica aunque vitalmente humana en la que las múltiples pruebas realizadas en lo arquitectónico y en el diseño en general obedecieron a una visión, si bien impulsiva y errática de la construcción del entorno, singularmente intuitiva de una nueva concepción de la ciudad como espectáculo de las más diversas pasiones humanas emparentadas con lo ilusorio y recónditos deseos. Esto más que indicar un cambio estratégico en el diseño (que seguramente no fue planteado como tal), refleja un cambio del interés en la historia y la teoría del arte y de la arquitectura por otro aplicado a la concepción visceralmente pasional de la ciudad como escenario simultáneo de lo ordinario y lo extraordinario y en el renovado espectáculo a través del uso de formas concebidas como símbolos en constante movimiento: Hoteles-casinos, carteles, señalizaciones, descomunales plasmas digitales, luminarias. Todo a la manera de un gran parque temático polivalente y expresivo de la cultura de recreación de masas en curso y que han terminado por incorporar en forma definitiva a Las Vegas al circuito del ‘peregrinaje’ internacional.
Robert Venturi fue quien comprendió este cambio de paradigmas y así lo exaltó en su libro “Learning from Las Vegas”, como resultado de una visita hecha en la década de 1970 a la Strip de entonces. En el expresó la característica que mejor define gran parte de la operatoria del entorno y del diseño gráfico puesta de manifiesto en la construcción de la ciudad: Una mezcla de la estética del PopArt con literales citas históricas arquitectónicas (un recurso de la Posmodernidad) y un funcionalismo que aparece como un invitado inesperado. Hoy el trabajo encabezado por Venturi aparece limitado en su alcance debido a que se apoyó casi excluyentemente en un análisis morfológico. Sin embargo estableció como aporte sustancial el concepto de la Arquitectura como signo o símbolo vigente aún hoy pero reenfocado en nuevos conceptos sobre el entorno y el carácter del espacio arquitectónico.
Por otro lado debe aceptarse que la calidad de la propuesta arquitectónico-urbanística nunca fue en Las Vegas un tema central al menos en los términos que fija cualquier teoría de la Arquitectura, aunque hoy la excepción la constituye el ya inaugurado City Center que será tema de análisis en otro artículo. En cambio, sí fue central el compromiso con la producción masiva, la exaltación cuasi lasciva de la ilusión lúdica y la noción del espectáculo, el que se renueva y recrea a sí mismo permanentemente, por medio del uso de una simbología más propia de los escenarios teatrales o la cinematografía que de los recursos arquitectónicos habituales. Nada de esto se desarrolló sobre la base del concepto tradicional del Urbanismo como idea de orden impuesto desde una teoría sino a partir de la aceptación de la existencia y el accionar de fuerzas e imágenes pregnantes (mayoritariamente tomadas prestadas de la Historia), las que expresadas en términos de diseño han hecho de Las Vegas un laboratorio de dinámicas urbanas inéditas y fundamentalmente dirigidas a alimentar la ilusión y la capacidad de ensoñación humanas.
Las características del espectáculo y de la ilusión son siempre complementarias entre sí y extrapoladas de sus ámbitos naturales (por caso, la cinematografía), contribuyeron a conformar el diseño de una urbe donde todo pasa pero todo queda…